sábado, 17 de noviembre de 2012

LA VIª CONDESA DE MONTIJO



MONTIJO_VIª Condesa de_María Francisca de Sales de Portocarrero Guzmán Luna y López de Zúñiga, VIª Condesa de Montijo, G.E., IXª Condesa de Baños, G.E. (Madrid, 1754 / Logroño, 1808).

Fue hija única de Cristóbal de Portocarrero Luna Osorio y Fernández de Córdoba, VIº Marqués de Valderrábano y heredero de la Casa Condal de Montijo (ob.1757), y de María Josefa López de Zúñiga Chaves y Téllez-Girón (ob.1796), hija ésta del IXº Duque de Peñaranda de Bracamonte y biznieta -por su madre- del Vº Duque de Uceda.

En sus venas se mezclaba la ilustre sangre de los Fernández de Córdoba con la de los López de Zúñiga, junto con la de los Pacheco, Portocarrero, Pimentel y Téllez-Girón, sin olvidarse de que descendía del condestable Álvaro de Luna.

Su educación recaerá bajo el cuidado de su abuelo paterno al fallecer prematuramente su padre cuando tiene 3 años. Su madre, destrozada por el dolor, opta por retirarse del mundo e ingresar en un convento. Para su formación, la niña será entregada a las monjas salesianas, encargadas desde su establecimiento en España (por iniciativa de la ya finada reina Bárbara de Braganza, esposa del rey Fernando VI) de la formación de jóvenes damiselas de rancio abolengo.

A los 14 años de edad, es casada con el Teniente General Felipe Antonio de Palafox y Croy d'Havré Centurione (1739-1790), hijo del segundo matrimonio del VIº Marqués de Ariza con la Princesa Marie Anne Charlotte de Croy d'Havré. Él tiene entonces 29 años y les separan 15 años de diferencia. El contrato matrimonial es firmado el 24 de octubre de 1768 en el convento de las Carmelitas de San José, donde se encontraban la novia y su madre, la Marquesa Viuda de Valderrábanos. El Conde consorte de Baños, esposo de la VIIIª Condesa de Baños, prima-hermana de los padres de la novia, actúa como testigo y en representación de otro primo-hermano y tutor legal de ésta, el Arzobispo de Toledo y Cardenal Luis Fernández de Córdoba y Portocarrero, Conde de Teba y de Ardales.

En el contrato matrimonial, se establecen cláusulas que especifican que el contrayente tendrá que adoptar el nombre y las armas de la Casa de Portocarrero, titular del condado extremeño de Montijo y otros feudos. Si los bienes aportados por el novio son valorados en 320.000 reales, los de la novia son mucho más considerables: 1.775.709 reales sin contar los mayorazgos y sus rentas, sus pertenencias de uso doméstico, joyas, carruajes y vestidos; en total, su fortuna es estimada en 2.337.411 reales! A eso se tuvo que sumar la cantidad de 29.052 reales y 15 maravedís en moneda de oro y plata, que procedían de la cuenta de su tutela.

Tras el deceso de su abuelo paterno (1763), de su tío-abuelo el Arzobispo de Toledo (1771) y de su tía la Condesa de Baños (1792), María Francisca de Sales de Portocarrero de Guzmán Luna y López de Zúñiga se convierte sucesivamente en la VIª Condesa de Montijo, XVIª Condesa de Teba, IXª Condesa de Baños, Vª Condesa de Fuentidueña, VIIª Marquesa de Valderrábanos, VIª Marquesa de Osera y de Castañeda, Xª Marquesa de Villanueva del Fresno y de La Algaba, XIª Marquesa de Barcarrota, Marquesa de Martorell, de Ardales, de Algava, de Molina y de Ugena, Condesa de Ablitas, Señora del Adelantazgo Mayor de Murcia, dos veces Grande de España de 1ª clase, Condestablesa de las Indias, Mariscala Mayor de Castilla, y de un sinfín de señoríos menores.

Más tarde, a toda esa lista de dignidades y títulos nobiliarios se sumarían, también por herencia, el condado de Miranda de Castañar y el ducado de Peñaranda de Bracamonte que, a la postre y a través de una de sus nietas, pasarían a engrosar el patrimonio de la Casa de Alba y de Berwick.

En los primeros años de vida conyugal, que fueron amenos, María Francisca de Sales dará a luz a ocho hijos, de los que solo sobrevivieron seis: cuatro chicas y dos varones; la futura XVIª Duquesa de Medina Sidonia, los futuros VIIº y VIIIº Condes de Montijo, la futura XVIª Marquesa de Belgida, la futura VIª Condesa de Parcent y Contamaina, y la IVª Marquesa de Lazán.

La pareja forma un matrimonio bien avenido por no decir dichoso, de ideas marcadamente reformistas y liberales en una España que se abre dificilmente a las ideas de la Ilustración francesa. Tan solo la alta sociedad se hará adepta de las nuevas ideas del Siglo de las Luces. Pese a su gran apego a la religión, de la que siempre hará ostentación, la VIª Condesa de Montijo será una de las cuatro grandes damas españolas de la Villa y Corte de Madrid en abrir un salón de tertulias a imagen y semejanza de los de París. De hecho, ella formará parte, y muy activamente, de ese movimiento femenino que opera en la 2ª mitad del siglo XVIII español y que pretende salir del habitual ostracismo al que siempre estuvo el mal llamado sexo débil condenado.

Por aquellos años, la Sociedad Económica de Amigos del País, más conocida como la Matritense, abre sus puertas a las mujeres permitiéndoles el acceso pero con condicionamientos. Dada la resistencia de los hombres ante la intromisión del género femenino en asuntos tan "viriles", el mismo rey Carlos III se verá en la necesidad de intervenir para calmar las aguas en 1786... En cuanto a los salones que se abren en Madrid, que son pocos, éstos nunca llegarían en realidad a adquirir la importancia, la trascendencia y el prestigio europeo conseguido por los franceses. Llegó a ser más bien un signo exterior de "prestigio" algo provinciano y un excelente pretexto para el lucimiento propio. Pero, por otro lado, tenían una gran carga simbólica: la conquista de un espacio público presidido por las mujeres con abolengo, ociosas, educadas y refinadas, un espacio para tener voz y abordar temas intelectuales y culturales.

De los cuatro salones que se abren entonces en Madrid, el más importante e ilustrado es el de la Condesa-Duquesa de Benavente, pero el de la Condesa de Montijo es, sin lugar a dudas, el más polémico. Si en el de la Condesa-Duquesa de Benavente se discute de música, literatura y de teatro, en el de la Condesa de Montijo se aborda el delicado tema de la religión que, a la postre, le atraerán las furias de la Inquisición. En él acuden Jovellanos, Meléndez Valdés, Lleredi,... y algún que otro clérigo a espiar para informar o denunciar ante el tribunal del Santo Oficio lo que allí se decía.

Lejos de limitarse a presidir un "salón", la Condesa de Montijo intervino activamente en la sociedad para conseguir una mejora de la condición femenina. Convertida en secretaria de la Junta de Damas, cargo que desempeñaría a lo largo de 17 años, y cuya presidencia ostentaba la Condesa-Duquesa de Benavente, la Montijo pudo actuar eficazmente. Gracias a Carlos III, se creó la "Junta de Damas" dentro de la Sociedad Económica de Amigos del País, primera agrupación integrada exclusivamente por mujeres y que no se dedicaba a fines espirituales. La Junta asumió entonces la dirección de las Escuelas Patrióticas que habían sido creadas a raíz de una Real Cédula de Carlos III. En ellas, se enseñaban a las niñas tan solo a rezar y a hacer labores, mientras que a los chicos se le enseñaba a leer, escribir, matemáticas y gramática junto con el catecismo y los rezos.

Fue la intervención de la Condesa de Montijo muy decisiva en una asunto tan curioso como el intento, por parte del Gobierno del Conde de Floridablanca, de imponer a la mujer un "traje nacional" con visos a uniformarlas y a controlar el gasto que suponía la moda femenina de entonces. Su réplica surtió tal efecto en el ministro que éste hubo de retirar el proyecto y abandonarlo en un cajón.

También intervino en el asunto de la Real Inclusa de Madrid, cuya situación era por lo menos trágica: la inexistencia de higiene y el desbordamiento de las nodrizas al encontrarse al cargo de muchos bebés, causaban mucha mortandad infantil. Carlos IV se resistió al principio pero, al cabo de casi 7 años, acabó entregando la dirección de la inclusa a la Junta de Damas (13 de septiembre de 1799). Ese mismo año, el índice de mortandad infantil era de un 96%... En 1800 y tras doce meses de hacerse cargo la Junta de la Real Inclusa, la mortalidad se había reducido hasta un 46% y, en 1801, al 36% lo que probaba holgadamente la eficacia e inteligencia de esas damas al frente de la institución cuando asumieron su gerencia y dirección a finales de 1799.

Animada por el éxito de aquella empresa, la Condesa de Montijo propuso también al Gobierno que la Junta de Damas se hiciera cargo de la penosa situación de las presas de la cárcel de La Galera. Las condiciones miserables en que se debatían las reclusas en aquella prisión hacía que muchas de ellas envejecieran y murieran antes de que se celebrara el juicio. Lejos de limitarse al papel de directora, la condesa también trabajó como simple enfermera en las dependencias carcelarias. Por otro lado, creó una asociación que se ocupara de enseñar a aquellas presas oficios que les permitieran conseguir pequeños ingresos y prepararlas para afrontar el momento de volver a pisar la calle, buscar trabajo y poder vivir dignamente. De este modo nació la Asociación de Presas de La Galera y constituyó una novedad sin precedentes en toda España.

Gran mujer, valiente y luchadora, la Condesa de Montijo defendió sus creencias religiosas aunque aquello supusiera la enemistad del clero y conllevara el exilio. Pretendía, como otros ilustrados, cambiar aquella religiosidad fanática de los españoles por un sentimiento religioso más puro, predicando con el ejemplo. Aquella manera de entender la religión fue erróneamente calificada de "jansenismo", obviamente por los enemigos aferrados a la tradición hasta la irracionalidad.

Es también de interés saber que la Condesa de Montijo tradujo del francés al castellano Introducciones sobre el matrimonio de Nicolas Letoumeaux, a instancias del obispo Josep Climent y que la obra se editara con todos los permisos eclesiales en 1774, en Barcelona. Obviamente, la condesa se guardó de que su nombre apareciese en la edición barcelonesa pero, pese a esa discreción, se supo de su colaboración. Para colmo, la obra y su contenido se convirtieron en sospechosos de herejía...

La Condesa de Montijo se convirtió en el punto de mira de la Inquisición y de los enemigos de la Ilustración, de aquellos cobardes acólitos del oscurantismo que querían, por todos los medios, poner cortapisas al progreso y a la modernidad que se abrían paso en toda Europa. Los jesuitas, que habían sido expulsados de España por Carlos III, habían vuelto en 1789 por orden de Carlos IV y miraban como enemigos suyos a todos aquellos que se habían adherido a las ideas ilustradas.

Pese a las sospechas primero, y a las denuncias después, la Condesa de Montijo y de Baños siguió su labor benéfica en favor de los desprotegidos sin dejar que nada ni nadie interfiriera. Sólo cuando Carlos IV firma una Real Orden en 1805, disponiendo de su destierro, la condesa se aparta de todo y abandona Madrid. Procesada por la Inquisición -a instancias de Manuel de Godoy, según afirmó el embajador francés-, que le acusaba de jansenismo, fue condenada al exilio. De rebote, sus hijos también fueron desterrados por declarada y visceral enemistad hacia el valido.

Los tiempos habían cambiado. La Revolución Francesa había sacudido Europa y removido los cimientos del Antiguo Régimen. Las ideas ilustradas, señaladas como las verdaderas inductoras de la revolución gala, fueron vetadas, sus libros censurados y prohibidos, los salones y cenáculos cerrados. Todo lo que oliera a francés era herejía a ojos de la Iglesia y una amenaza al establishment monárquico. Los Montijo y sus amigos, señalados como elementos sospechosos y peligrosos.

Dado que se la echaba de la corte, la Condesa de Montijo y de Baños hizo sus baúles el 9 de septiembre y viajó hasta sus tierras extremeñas, residiendo en su palacio de Montijo. Posteriormente, en 1807, se traslada a Logroño, donde tiene extensas tierras, para hacer una cura de aguas termales en la localidad de Arnedillo, muy de moda entonces. Su caída en desgracia pasa desapercibida o se ignora ostentosamente en la Villa y Corte.

Tras el Motín de Aranjuez, que provoca la caída de Godoy y la renuncia de Carlos IV el 18 de marzo de 1808, el flamante rey Fernando VII levanta la orden de destierro que pesa sobre la Condesa de Montijo y su familia, reparando así una injusticia de su padre. La noticia la llena de alegría pero no podrá regresar a la corte: enferma y fallece inoportunamente de lo que entonces llamaban "calentura aguda inflamatoria". Sus restos recibieron cristiana sepultura en la catedral de la capital riojana.

Desde que había enviudado de su marido en 1790, la Condesa de Montijo se había casado nuevamente, pero en la mayor discreción, con Estanislao de Lugo y Molina en 1795. Dada su posición de Grande de España, estuvo obligada a solicitar al rey su real permiso para semejante enlace y, según se deduce, lo consiguió gracias a la mediación de Godoy. La unión fue feliz y los hijos de la condesa jamás interfirieron en su nueva vida conyugal.

En su testamento de finales de enero de 1800, la Condesa de Montijo y de Baños legaba sus mayorazgos a su primogénito Eugenio, Conde de Teba; sus bienes libres eran repartidos a partes iguales entre sus seis hijos, descontándose de éstos las legítimas que cada uno de ellos había recibido al contraer matrimonio. Su hijo menor, Cipriano, Marqués de Fuentelsol, es encomendado al cuidado y protección del mayor. A los pobres de su condado de Baños, les lega la suma de 2.000 reales; a su servidumbre, conformada por 31 criados, corresponde la coqueta suma 256.877 reales. Para su viudo y segundo marido, Estanislao de Lugo y Molina, que fallecerá exiliado en Burdeos en 1833 por haber sido consejero del rey José I Bonaparte, le legó 500.000 reales.

Sus hijos fueron:

-Eugenio de Palafox y Portocarrero, VIIº Conde de Montijo, casado con María Ignacia de Idiáquez y Carvajal, hija del IVº Duque de Granada de Ega.

-María Gabriela de Palafox y Portocarrero, IVª Marquesa consorte de Lazán.

-María Ramona de Palafox y Portocarrero, VIª Condesa consorte de Parcent.

-Cipriano de Palafox y Portocarrero, Marqués de Fuendelsol y luego VIIIº Conde de Montijo, casado con María Manuela Kirkpatrick de Closeburn. Fueron los padres de la futura XVª Duquesa consorte de Alba y de Berwick, y de la Emperatriz de los Franceses.

-María Tomasa de Palafox y Portocarrero, XVIª Duquesa consorte de Medina Sidonia.

-Benita Dolores de Palafox y Portocarrero, XVIª Marquesa consorte de Bélgida.

 

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