CONDÉ_IVº Príncipe de / 4ème. Prince de_Louis II de Bourbon, IVº Príncipe de Condé, Primer Príncipe de La Sangre, IVº Duque d'Enghien, XIº Duque de Borbón, VIº Duque de Montmorency, Duque de Châteauroux, IIIer. Duque de Bellegarde, Duque de Fronsac, Conde de Sancerre y de Charolais, Par de Francia, Señor de Chantilly, etc. (Hôtel de Condé, París, 08-09-1621 / Castillo Real de Fontainebleau, 11-12-1686). Fue gobernador de Borgoña y Gran Maestre de Francia. Pariente de la familia real francesa y representante de la IIª rama pretendiente al trono, fue uno de los grandes generales durante la Guerra de los Treinta Años y, posteriormente, el cabecilla de la Fronda de los Príncipes, rebelión surgida a raíz de la Fronda Parlamentaria que se alzó en armas contra la autoridad de la Corona y de su primer ministro el Cardenal de Mazarino.
EDUCACIÓN
Luis II de Borbón nació en París, el 8 de septiembre de 1621, hijo de Enrique II de Borbón, 3er príncipe de Condé y de Carlota de Montmorency. Nada más nacer, siendo el primer heredero varón de sus padres, recibe el título de duque de Enghien -título que ostentaba el heredero de la Casa de Condé-. Tendrá por hermanos a Ana Genoveva, futura duquesa de Longueville, y a Armando, futuro príncipe de Conti.
A sus 8 años, su educación y formación cae a cargo de los Jesuitas (1629). Fuera de lo común, su formación será cuidada al milímetro: hablará el latín, estudiará derecho, ciencias y filosofías en el colegio jesuita de Bourges, separado de los demás estudiantes de su edad por una balaustrada dorada y sentado bajo dosel a las armas de los Condé. La cuna marcaba entonces las diferencias sociales.
De su padre había heredado sus tendencias homosexuales, aunque en menor medida. Militar desde su más temprana edad, será a sus 21 años el inesperado vencedor y héroe de la batalla de Rocroi, que sellará la supremacía de un Estado moderno francés sobre una España aún muy teocrática. El duque de Saint-Simon le reprochará, en sus Memorias, de no haber tenido la ocasión de perfeccionar su ingenio y de haberlo apostado todo sobre la intrepidez y la acción. Esta falta de ingenio, que hoy llamaríamos "diplomacia", puede explicar las injusticias que cometerá y también su relativo desinterés de los Asuntos de Estado en las que, con sus cualidades, habría podido sobresalir y brillar.
A pesar de su falta de tacto, de diplomacia, se le mira como un ser "original", versado en las ciencias, el arte, las letras,...un militar intelectual que puede citar a Julio César sin cometer un solo error...
En 1636, Luis II de Borbón, duque de Enghien, recibe de manos del rey Luis XIII, el encargo de administrar el gobierno de Borgoña en ausencia de su padre el príncipe de Condé. Muy ligado a su progenitor, Luis II se esforzó siempre en darle todo tipo de satisfacciones... entre ellas, escribirle largas cartas en latín y, si por ventura deseaba redactar en francés, debía pedirle previamente permiso para tomarse semejante libertad.
LOS SALONES MATERNOS
Antes de su boda, planeada por el cardenal de Richelieu y su propio padre, es apartado de los salones de su madre para evitar que cayese bajo la influencia de la princesa y de las bellezas femeninas que los poblaban contra las cuales la futura novia, Clara Clemencia de Maillé-Brézé (sobrina del cardenal), no podía competir. Ésta tenía una frente abombada, una nariz gruesa, un cutis demasiado moreno, un aspecto diminuto y una timidez extrema. Nada que ver con aquellas jóvenes chicas ya aguerridas en el arte de la seducción, y que florecían en los salones parisinos.
LA BODA
Aunque es sabido que Richelieu deseaba esa boda para acercarse a la Familia Real y aumentar su crédito, así como asegurar su cargo, es el príncipe de Condé quien tuvo que hacer la pedida de mano en nombre de su heredero. La princesa mantenía en este asunto, una postura totalmente contraria. Su postura respondía, lógicamente, a la sencilla razón que el cardenal había hecho ejecutar su hermano, el último duque de Montmorency.
La unión matrimonial tuvo lugar finalmente pero, el joven novio no compartía la alegría de esa boda por intereses. Pasaría de la cólera a la postración. Sintiéndose engañado y el centro de una enorme maquinación, cae enfermo del disgusto. A lo largo de 6 semanas su estado de salud da muestras de su rechazo, finalmente se recupera. Tras el calvario, vuelve la recuperación: prueba bocado con apetito y, siempre convaleciente, lee y habla poco. Ya no hay gritos ni protestas con palabras malsonantes, sino un mutismo que habla por si solo sobre sus sentimientos.
Podemos ver, en este episodio, una reminiscencia de una tara psicópata que arrastraban los Borbones desde el siglo XIII. Sin embargo, esta crisis debía ser la única en su vida: nunca se repitió. De hecho, tan solo se trataba de una comedia para mostrar su aversión hacia ese matrimonio concertado con la sobrina del cardenal de Richelieu. Temía, con razón, por la salud tanto mental como física de su descendencia: entre los Richelieu se contaban numerosos casos de locura... Veía en ese matrimonio un complot para eliminar a su raza de la sucesión al trono francés. Intentará, entonces, obtener la anulación de esta unión a lo largo de dos años, rehusando todo contacto con su mujer, esperando así poder repudiarla. Al término de esos dos años de enconada enemistad, capitula.
LA ESPOSA
Clara Clemencia de Maillé-Brézé, la prometida del duque de Enghien, era de pequeña estatura, endeble y de salud delicada. A pesar de ser sobrina del cardenal-duque de Richelieu, éste no la mencionó en su testamento ni heredó bien alguno, amarga decepción para los príncipes de Condé que creían poder aliar matrimonio político con matrimonio de dinero.
La boda es celebrada en febrero de 1641 y será el origen de la decadencia física y mental que tocará a un buen número de los miembros de la familia de Borbón-Condé. Considerada tonta, estaba enamorada de su marido quien la despreciaba. Hasta el nacimiento de su primer hijo, Luis II intentará obtener la nulidad matrimonial para deshacerse de ella.
Durante la cautividad del príncipe, Clara Clemencia se mostrará digna de él al sublevar Aquitania distribuyendo millares de libelos, haciendo llamamientos a la rebelión contra el gobierno del cardenal Mazarino, disfrazada de hombre y a lomos de su caballo.
Rumores de infidelidad corrieron entonces y Clara Clemencia se vió acusada de mantener relaciones turbias con sus lacayos. Fue entonces exiliada para evitar que pareciera en la corte, su salud mental declinando rápidamente.
LOS AMORES DEL PRÍNCIPE
Su pasión por Marta du Vigean (1623-1665), duró hasta 1645. Andaba mantenida ésta por la princesa de Condé, por odio hacia Richelieu, y por su hermana Ana Genoveva, duquesa de Longueville, que jugaba el papel de celestina.
Tenía dos años menos que Luis II, era hermosa y tenía ingenio, principales virtudes requeridas en las mujeres de su época. De la amistad al afecto, la relación se tradujo prontamente en una pasión devoradora entre ellos dos. Sin embargo, para el padre, Enrique II de Condé, no era asunto de su agrado por dos razones de peso: primero por el orígen de la joven Marta, que pertenecía a esa pequeña nobleza provincial, y segundo por los sucesivos fracasos del príncipe que amenazaban con ensombrecer el prestigio de su familia a ojos del rey. Solo el matrimonio con la sobrina de Richelieu permitía asegurar el porvenir de su casa.
Luis II intentará en vano romper su matrimonio con Clara Clemencia, para poder casarse con ella. Pero el idilio se apagó por culpa de los celos de la joven, que no soportaba los juegos amorosos y los disimulos que reinaban en la corte en esa época, y donde el príncipe solía bordar su papel de galán. Al anunciarse la ruptura, Luis II se desvaneció en el aire...
Tras dos años de incertidumbre, Marta entró finalmente en la orden de las Carmelitas y se convirtió en "Sor Marta de Jesús". Falleció en 1665, a la edad de 42 años.
Tras este doloroso episodio sentimental, Luis II no mantuvo otro tipo de relaciones más que las que se pueden considerar como puramente "físicas" con las mujeres, y en muy contadas ocasiones.
RENTAS
Al fallecer su padre Enrique II, 3er príncipe de Condé, en el año 1646, Luis II pasa automáticamente a llevar el título paterno en calidad de 4º príncipe del nombre. A esta sucesión, se añade el nada despreciable cargo de Gran Maestre de la Casa del Rey, uno de los Grandes Oficios de la Corona de Francia, así como el gobierno de la provincia de Borgoña con acceso al Consejo Real. Se puede entonces estimar que las rentas del príncipe procedían por una parte de sus pensiones y cargos oficiales, y por otra de sus vastos dominios. Hemos de precisar que percibía, anualmente, una pensión de 150.000 Libras.
En 1661, Luis XIV le concedía el título de XIº Duque de Borbón.
EL PRÍNCIPE DE LA GUERRA
Tras haber sufrido el bautizo de fuego durante la campaña de Picardía, el joven Luis II de Borbón se encuentra en vísperas de su día de gloria. Nuestro héroe no cuenta más de 21 años y se ve confiada la dirección de las operaciones sobre el terreno de Rocroi. De hecho se encuentra maravillosamente asesorado por dos aguerridos soldados: L'Hôpital y Gassion, bajo cuyas órdenes había hecho su ingreso en la carrera militar.
La batalla de Rocroi se inicia tras la toma de la ciudad por Francisco de Melo. A la cabeza de sus invencibles Tercios, pretende separar los tres ejércitos franceses: el de Picardía, y el del Este. Su objetivo era descender por el valle del Marne y tomar el camino de París. El error de Francisco de Melo residía en la estúpida idea de que iba a luchar contra los tan mediocres militares galos de antaño.
Días antes de la batalla, Luis II de Borbón-Condé, duque de Enghien, recibe una misiva urgente avisándole del fallecimiento del rey Luis XIII, en la que su padre le insta a regresar a París. Consciente de lo que se jugaba en el frente, el duque de Enghien rehusó abandonar el ejército.
En plena agonía, Luis XIII tuvo un sobresalto y contó inmediatamente al príncipe Enrique II de Condé, el sueño que acababa de tener:
"He soñado que vuestro hijo había llegado a batirse contra los enemigos, siendo el combate muy reñido y la suerte balanceándose, para finalmente ser nuestra la victoria..."
La batalla de Rocroi sella una época, la de las guerras de religión. Todo se juega entonces entre las provincias protestantes de Alemania sostenidas por Francia y la Casa de Habsburgo, campeona del catolicismo con sus dos ramas dinásticas austríaca y española. Es también la última vez que una guerra es declarada con pomposidad, ceremonia y solemnidad: heraldos, trompetas, tambores, estandartes,...
De hecho, Luis II de Borbón-Condé ha comprendido que su porvenir y su gloria personal reclaman acciones brillantes y decisivas. Su temeridad y su perseverancia se explican por el hecho de que con el nuevo reinado del jovencísimo Luis XIV, debe durante la regencia no dejarse arrastrar por los acontecimientos. Si regresa a la corte victorioso, podrá presentarse como garante de la integridad del reino y, en calidad de primer príncipe de la Sangre, el trono no se encuentra tan lejos de su alcance. Un niño-rey y el duque Gastón de Orléans sin herederos varones, tan solo lo mantienen alejado del poder supremo. Es poca cosa, en efecto.
Sobre el plano militar, si el vizconde de Turenne no se encuentra en Rocroi, Luis II de Borbón se ve inmediatamente comparado a éste. El duque de Enghien es agresivo, audaz y temerario; Turenne pasa por calculador, prudente y paciente. Enghien tan solo considera el resultado, ¿qué importan un puñado de vidas perdidas? Da igual que sea en el campo enemigo como en el suyo propio.
Victorioso tanto en el plano militar como en el terreno político, Luis II deberá bajar de las nubes. Tras haber perseguido a los españoles hasta en Lorena donde éstos capitularán, su ejército será inmediatamente disuelto. De regreso a París, tendrá un sonado encontronazo con el cardenal Julio Mazarino, ya que éste también había comprendido todo el beneficio que un Condé podía ganar de una nueva victoria. Los honores esperados no llegarán y acaban por llevar al joven duque de Enghien sobre la peligrosa pendiente de la oposición al cardenal.
El 19 de mayo de 1643, cinco días después de la muerte del rey Luis XIII, consigue aplastar la temida infantería española gracias a una maniobra muy audaz. Esa primera victoria forjará su gloria, siendo la primicia de muchas más: la toma de Thionville en agosto, la de Sierk en septiembre.
Viene entonces la victoria de Friburgo (agosto de 1645), al lado del vizconde de Turenne. La excelente colaboración existente entre ellos se concluye con la victoria de Nördlingen, el mismo mes y el mismo año, frente a un ejército austríaco que asistió a la muerte de su jefe, el mariscal barón von Mercy al final de la batalla. Reconociendo la valía de su oponente, Luis II dará órdenes para ejecutar y grabar la tumba del mariscal austríaco.
Caído enfermo, Luis II no podrá explotar en toda su dimensión su victoria. Sirve después en Flandes bajo las órdenes de Gastón de Orléans, recogiendo los laureles de la victoria en Courtrai, Mardyck y Dunkerque. Esos éxitos militares asegurarán la estabilidad de la frontera norte del reino Galo.
Hay que decir que nuestro protagonista tenía una concepción muy agresiva de la guerra, y que consistía no en la victoria sino en la total destrucción del enemigo.
Anotemos que, aunque muy versado en el arte de guerrear, era incapaz de ensillar una montura.
La corte no recompensa siempre a este vencedor nato, que llega incluso a pagar de su propio bolsillo los sueldos de sus tropas y que, para colmo, es mirado como bastante molesto en el entorno regio.
Pasa los inviernos residiendo en su hermosa tierra de Chantilly, herencia de su madre, y donde se encuentran toda una corte de artistas que viven bajo su protección. Allí, lleva una vida libre, libertina, escandalosa muchas de las veces...
EL TRATADO DE WESTFALIA
Mazarino le envía a participar activamente en el asedio de Lérida, donde sufrirá su primer fracaso militar. De vuelta en la frontera de Flandes, se hace con la plaza de Ypres (mayo 1648), y la ciudad de Lens (agosto 1648), que supone una decisiva victoria sobre el ejército español muy superior en número y mandado por el archiduque Leopoldo de Austria.
Acude al rescate de París y, semanas más tarde, la paz es firmada durante el Tratado de Westfalia. Éste marca el fin de la guerra de los Treinta Años. Los católicos firmaron la paz en Munster, los protestantes en Osnabrück. Francia saldría engrandecida con la adquisición de Alsacia.
LA FRONDA DEL PARLAMENTO
La primera Fronda nace de la ambición de la más alta magistratura del reino de limitar los poderes de la Corona. Es también una oposición a las políticas de los cardenales de Richelieu y Mazarino, que son, según el Pueblo, la causa de todos los males. El pistoletazo de la rebelión parlamentaria se da tras el anuncio de un plan destinado a suprimir, durante 4 años, el pago de rentas a los magistrados.
Liberado de sus obligaciones militares, tras las firmas de los tratados de Westfalia, Luis II de Borbón, IVº Príncipe de Condé (desde el fallecimiento de su padre en 1646), se pone al servicio del Rey.
Durante la revuelta parlamentaria, hacia la cual no siente más que desprecio, protege con la ayuda de sus tropas la corte real en exilio, pese al apoyo de los suyos (su hermana, su cuñado Longueville y su hermano Conti) a los magistrados rebeldes. A éstos se añaden figuras tan prominentes como Gondi, cardenal de Retz, y el hermano mayor de Turenne, el duque de Bouillon.
El 8 de febrero de 1649, por el combate librado en Charenton, se hace con la capital francesa. Un compromiso es finalmente firmado entre los rebeldes y la regente Ana de Austria en Rueil. Después de sus hazañas en Rocroi y Lens, Condé acaba de salvar por tercera vez el trono de Luis XIV.
LA CÁRCEL
De manera ilusoria, cree entonces hacerse con el control de la corte, pero su insolencia y su profundo odio hacia el cardenal Mazarino desembocan en su repentino arresto por orden de la regente y del cardenal, el 18 de enero de 1650. Tras la leva de tropas por los príncipes de Condé, de Conti y de Longueville, conformando un ejército basado en la unión de regimientos procedentes de sus gobiernos provinciales respectivos, Ana de Austria, escuchando el consejo de Gondi, tomó la decisión de arrestarles. Pese a las advertencias de sus amigos, Condé, Conti y Longueville se personaron en el Consejo del Rey donde fueron inmediatamente arrestados.
En cautividad, Luis II de Condé deberá negociar el pago de su alimentación. Es gracias a la intervención de Gastón de Orléans, que dichos gastos acabaron por ser asumidos por la Corona. Sin embargo, sus pensiones son congeladas y sus cargos redistribuidos, sus bienes embargados, sus papeles confiscados sin encontrar pruebas incriminatorias. En represalia, se exiliarán a amigos, servidores y criados. Se vendió en subasta sus muebles y su vajilla de plata. El gobernador de la cárcel los trató con una inusitada arrogancia y el príncipe, sin deshacerse de su natural firmeza, le amenazó con molerle a palos y le hirió al tirarle un candelabro a la cabeza. Además de numerosos guardias-de-corps, sus antecámaras se hallaban llenas de soldados para mantenerles bajo estrecha vigilancia, incluso en el propio dormitorio, día y noche.
En tan duras condiciones se vió el príncipe, su hermano y su cuñado Longueville, que tuvieron que recurrir a todo tipo de astucias para corresponder con el exterior y recibir misivas sin que nadie se percatase del ir y venir de esos papelitos...
Gracias a las intervenciones de la princesa de Condé y de la duquesa de Longueville, la situación de los presos mejoraron: se les concedió comida decente y personal para asistirles. La piedad que provocaba entre los carceleros, el ver a esos príncipes tan injustamente oprimidos y privados de libertad, contribuyeron a que algunos de ellos hicieran lo posible para aligerar las duras condiciones de vida en las que se encontraban.
El príncipe de Condé pasará sus días jugando a las cartas o a cuidar de sus flores y, aunque estrechamente vigilado, consiguió encontrar el modo de comunicar con sus fieles partidarios. Si los hombres se encontraban tras los barrotes, las mujeres (Carlota, Princesa vda. de Condé, Ana-Genoveva, duquesa de Longueville, Clara-Clemencia, Princesa de Condé), estaban determinadas a no dejarse apresar por los soldados de Mazarino...
Puesto al corriente de la situación, Luis II aprecia el gesto de las mujeres de su casa:
"¿Quién iba a creer que, mientras riego mi jardín, mi mujer haría la guerra?"
La guerra se llevaba en dos frentes: Turenne y la duquesa de Longueville en el Norte, Clara-Clemencia en Burdeos. Ayudados por los Españoles, los rebeldes ganaban terreno, y el pueblo, que siempre sufre durante los conflictos, echaba la culpa de todo a Mazarino.
En el terreno político, la situación evolucionaba: "Monsieur" Gastón de Orléans y Paul de Gondi, cardenal de Retz, viéndose en nada compensados y colmados en sus pretensiones, y Mazarino eufórico por una victoria sobre Turenne, todo aquello hizo que se operase un acercamiento entre los antiguos rebeldes y los príncipes descontentos.
Es la esposa de Luis II, Clara-Clemencia de Maillé-Brézé, quien desencadena las hostilidades al solicitar que los príncipes encarcelados sean juzgados o liberados. Si el Rey y la Regente no presienten nada, Mazarino comprende que es hora de tomar serias disposiciones. No pudiendo conciliarse con el duque de Orléans, el cardenal se cree perdido. El Parlamento decide su revocación. La Regente intenta en vano huir con sus hijos, pero las puertas de París se hallan cerradas. Finalmente, la Regente firmará la orden de liberación y el duque de La Rochefoucauld galopa hacia Vincennes para dar la buena nueva, adelantado por el cardenal Mazarino. Éste se postrará a los pies del príncipe de Condé, yendo hasta besar sus botas.
El cardenal deberá abandonar Francia y exiliarse durante un tiempo en Colonia. Pese al alejamiento, seguirá dirigiendo en la sombra y jugando sus cartas, manteniendo una correspondencia secreta con Ana de Austria y fomentando la discordia entre los príncipes y los parlamentarios.
A su liberación, los príncipes se hacen atribuir diferentes puestos claves. Condé será gobernador de Guyena, Conti de Provenza y Longueville recibirá Normandía. Pero la situación permanece delicada. Los Españoles siguen estando ahí y Luis II no quiere ceder en nada a aquellos a los que tanto ha combatido. Pese a un innegable talento militar, Condé se revela bastante lerdo en materia política. Se le considera demasiado altivo y brutal. No alcanzará a hacerse con el poder total y todo el mundo se disputa las riendas. Las riñas no se hacen esperar demasiado... Monsieur (duque de Orléans), Gondi, el Parlamento, la Regente,... cada uno intriga contra el otro, y los Condé, aislados, se ven impotentes. Pese a su exilio, Mazarino sigue manejando los asuntos a su antojo.
LA FRONDA DE LOS PRÍNCIPES
El Príncipe de Condé intentará el golpe de fuerza y oponerse abiertamente a la regente Ana de Austria. En 1652, es la ruptura y el comienzo de la guerra civil. Empujado por su hermana, la duquesa de Longueville, ofrece sus servicios a la Corona de España y toma el mando del ejército de la Fronda, inaugurando así su particular guerra contra la Corona de Francia. Aliado del clan Orléans, va de conquistas en fracasos y se ve forzado a replegarse ante las fuerzas del vizconde de Turenne. Lo que mueve a los rebeldes no es una visión política, sino la ambición, la sed de honores personales.
El Cardenal Mazarino regresa entonces a Francia, acogido con honores por el joven Luis XIV y su madre, la reina Ana. Paralelamente, la vieja Fronda se despierta. El ejército de Condé es superior en número y efectivos al de Turenne, bastaría de una buena maniobra para que Condé se hiciera con la persona del Rey y con el poder. Sin embargo, la escaramuza que sigue deja a los adversarios cara a cara ante París. La oportunidad del príncipe tomará un giro inesperado, perdiendo la ocasión de oro de hacerse con la persona real. Se hará entonces con la capital, cuyas puertas le serán abiertas por el Cardenal de Retz (Paul de Gondi) y "Monsieur", Gastón de Orléans. Pero, como de costumbre, todo el mundo se pelea. Una ayuda viene de Inglaterra, de parte de Oliver Cromwell: envía una delegación para intentar calcar en Francia la situación inglesa. Hasta una Constitución es redactada, previendo ésta el sufragio universal, en cierto modo un tipo de democracia y el Gran Protectorado para Condé (en pocas palabras, el poder para el príncipe).
Pero uno se puede preguntar si esos príncipes tan orgullosos habrían podido acomodarse de un sistema representativo todopoderoso...
Se produce entonces la batalla de la Puerta de Saint-Antoine, a los pies de las murallas de la capital francesa, entre el ejército de Condé y el de Turenne. Es en el curso de este episodio dramático, en la que el ejército de Condé sufre una tremenda derrota, que el Duque de La Rochefoucauld recibirá un disparo de mosquetón que casi le deja completamente ciego. Barridas las filas de los rebeldes, muertos gran parte de los compañeros de armas del príncipe de Condé, Luis II debe su salvación a la oportuna intervención de su prima Ana-María-Luisa de Borbón-Orléans, Duquesa de Montpensier (hija y heredera del duque Gastón de Orléans), apodada "La Grande Mademoiselle" -la Gran Señorita-. Ésta ordenará al gobernador de La Bastilla, que se disparen cañonazos contra el ejército real mandado por Turenne... Gracias a esa "diversión", Luis II de Borbón-Condé puede salvar su pellejo y encerrarse en la capital.
En París, su hermana la duquesa de Longueville tiene su cuartel general. Hace entonces reinar el terror en la capital asediada y, con tal de evitar eventuales negociaciones entre los notables y el Rey, ordena disparar sobre los representantes del pueblo parisino reunidos en el Ayuntamiento. De la masacre se contarán una treintena de muertos, entre los cuales los autores de la famosa "Constitución". Este sangriento hecho provoca entonces la indignación del Parlamento y de la burguesía, que le retiran inmediatamente su apoyo. El Cardenal Mazarino pedirá su exilio y, poco tiempo después, el Rey y la Corte regresan triunfalmente a la capital, acogidos con alivio. Luis XIV otorgará una amnistía general para todos los actores de la Fronda, excepto para su primo el Príncipe Luis II de Condé, y el hermano de éste, el Príncipe Armando I de Conti. Ambos decidirán entonces llevar a cabo una lucha a ultranza desde el lado español. Condé será nombrado "generalísimo de los Ejércitos" de Felipe IV de España.
Luis XIV responderá condenándole a muerte y confiscando todos sus bienes, que no son pocos.
EL TRATADO DE LOS PIRINEOS
En 1659, la firma del tratado de los Pirineos entre Francia y España sellarán la amnistía del príncipe de Condé. Este tratado contiene numerosas cláusulas rectificando el dibujo de la frontera: Francia obtiene Gravelinas, Bourbourg, Saint-Venant, Landrecies, Le Quesnoy, Avesnes, Thionville, Montmédy y Damvillers. España obtendrá Ypres, Oudenarde, Dixmude, Furnes y Charleroi.
El 27 de enero de 1659, Luis II de Borbón, 4º Príncipe de Condé, se postra a los pies del Rey Luis XIV, pidiéndole clemencia y perdón. En 1660, las muertes de Gastón de Orléans (que le acerca al trono de Francia) y del Cardenal Mazarino, por el cual sentía auténtica aversión, marcan el final de una época. Perdonado, Condé se ve colmado de honores por Luis XIV, pero éste le aparta de cualquier asunto de Estado, confinándolo al mero papel de figura y ornamento de su corte.
EL FRANCO-CONDADO Y EL RHIN
El 30 de septiembre de 1667, Condé obtiene el mando del Ejército de Alemania, lo que atestigua su retorno en el favor real. En febrero de 1668, conquista el Franco-Condado que aún permanecía en manos de España. En quince días, toma Artois, Besançon, Dôle y Gray.
Tras esas sucesivas victorias, Luis II de Condé recupera el favor de Luis XIV. Hasta le pasará por la cabeza presentar su candidatura para ser elegido rey de Polonia...
Junto con su antiguo rival y ahora amigo Turenne, toma el mando de las tropas que han de invadir los Países-Bajos en 1672. En el famoso pasaje del Rhin (en el cual muchos perecerán), Condé es herido, y cerca de Arnhem, su sobrino Carlos-Pâris de Borbón-Orléans, Duque de Longueville (hijo de su hermana Ana-Genoveva), encuentra la muerte.
En 1674, tras conseguir evacuar las Provincias-Unidas, frena al Príncipe de Orange y a su ejército holandés en Seneffe (Bélgica), levantando luego el asedio de Oudenaarde.
Al año siguiente, siempre en compañía del Rey, debe rendirse en Alsacia dónde los ejércitos franceses se encuentran en serias dificultades tras la muerte del mariscal de Turenne. Una vez más deberá enfrentarse a un viejo conocido, el Conde Raimundo Montecuccoli, el mayor general austríaco. Conseguirá forzarle a levantar el sitio de Haguenau y a replegarse más allá del Rhin.
Será su última victoria y su última intervención militar en su brillante carrera de soldado...
EL CARÁCTER DEL PRÍNCIPE
Poco preocupado en gustar, Luis II prefería inspirar temor. Dotado de un orgullo excesivo, era odiado por muchos de sus contemporáneos. Se hacía igualmente odioso por sus pretensiones y sus insultos al Cardenal Mazarino.
Pese a que no fuera un gran constructor, se preocupó por embellecer los jardines de su castillo de Chantilly.
Aún exiliada y confinada en el castillo de Châteauroux, en la provincia de Berry, su esposa Clara-Clemencia de Maillé-Brézé vió confirmado su encierro de por vida a la muerte de éste. Fue, por lo visto, una expresa petición formulada al rey Luis XIV antes de rendir el último suspiro en 1686.
Los retratos del príncipe sugieren la rapacidad del personaje: grandes ojos azules, algo saltones, una nariz borbónica prominente, una cara huesuda, y una boca voluntariosa sobre una barbilla huidiza. Por lo visto, según atestiguan algunos, era tremendamente velludo.
Añadamos que, siendo el mayor capitán de su tiempo junto a su amigo y adversario Turenne, rebosaba de orgullo y arrogancia, tanto por su procedencia que por su familia.
Poco convencional para su época, fue también un intelectual fuera de serie. Tenía ideas muy personales en cuestiones religiosas y políticas. Se oponía a los dogmas eclesiásticos del mismo modo (y con la misma contundencia) que se oponía a la autoridad suprema del monarca. Cercano de Bourdelot y de Spinoza, libertino, profundamente ateo, aparecía como un personaje extraño ante la mirada de sus contemporáneos.
Su valentía no tenía límites: intrépido, temerario, osado, noble. Osó tomar bajo su personal protección a los protestantes franceses durante la persecuciones, que se realizaron a raíz de la revocación del Edicto de Nantes, en 1685.
CARA A CARA CON LA MUERTE
Al ocaso de su vida, en 1686, la pequeña duquesa de Borbón, su nieta política (hija de Luis XIV), enferma de viruelas. Su marido, Luis III de Borbón-Condé, duque de Borbón, muestra entonces ninguna compasión por su estado. El Príncipe Luis II se transforma entonces en el gran cuidador de la joven. Al anunciarse la visita del Rey, padre de la duquesa, Luis II sale de la alcoba de la duquesa, donde la velaba, para advertir del peligro de contagio a Su Majestad, prohibiéndole con amenazas el paso. Está entonces ya aquejado de temibles ataques de gota, apenas puede moverse, se hace encima si sus criados tardan en traerle el orinal... Pese a sus dolores, encuentra la suficiente fuerza para impedir el paso a Luis XIV:
-Sire, volved atrás.
-Apartaos, primo, deseo ver a mi hija.
-Si Vuestra Majestad insiste, tendrá que pasarme por encima.
-Qué diablos me decís? quiero abrazar a mi hija, os digo!
-Si, os oigo perfectamente, y respondo a esto que si vais a su lado, enfermaréis del mismo mal y eso os matará. Os debéis a vuestro Reino. Sois el Rey, vuestro Pueblo tiene más necesidad de Vos que la Señora Duquesa. Hasta que no os vayáis, no me apartaré de su puerta.
Ante la insistencia del Príncipe, Luis XIV no podrá hacer otra cosa que rendirse ante la imposibilidad de entrar a ver a su hija.
Durante la noche, la duquesa se cubre de pústulas de pus, se vacía como una vejiga reventada, chillando de dolor. La crisis pasa, la duquesa vuelve a recuperar el sueño, exhausta. Se salva de la muerte. No pudiendo esperar hacerse con la joven chiquilla, la Muerte se cebará con el Príncipe de Condé, contagiado de viruelas, llevándoselo pocos días más tarde...
Gran libertino a lo largo de su vida, se convertirá a las vísperas, siendo el arrepentimiento más fingido que sincero, tras haber vivido sin religión. Víctima de la gota, que debió combatir a lo largo de muchos años, pasó sus últimos años retirado alejado de los tumultos parisinos, residiendo en su castillo de Chantilly, rodeado de Molière, Racine y Bossuet.
Al fallecer en ese año de 1686, Luis XIV dirá de él: "Acabo de perder al hombre más grande de mi reino..."
Su oración fúnebre fue pronunciada por el elocuente Bossuet.
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