CONDÉ_Vº Príncipe de / 5ème. Prince de_Henri III Jules de Bourbon, Vº Príncipe de Condé, Primer Príncipe de La Sangre, Vº Duque d'Enghien, XIIº Duque de Bourbon, Duque d'Albret, IVº Duque de Bellegarde, Duque de Châteauroux, VIIº Duque de Montmorency, IXº Duque de Guisa & Par de Francia, Marqués de Graville, XXIVº Conde de Sancerre y XXIIº Conde de Charolais, Señor de Chantilly (Hôtel de Condé, París, 29-07-1643 / Hôtel de Condé, París, 01-04-1709). Príncipe y representante de la rama de los Borbón-Condé, abrazó tempranamente la carrera militar y escaló los grados gracias a su pertenencia a la Casa Real Francesa: de brigadier de caballería pasó a mariscal-de-campo y finalmente a teniente-general, pero nunca obtuvo un mando real a pesar de figurar como un mando secundario y haciendo oficio de jefe de Estado-Mayor en el Ejército del Rhin, ya que ni el Rey Luis XIV como el ministro Louvois confiaban en su "cordura" y, aunque estaba desprovisto de talento en el oficio de las armas, nunca le faltó el arrojo y la valentía.
Hijo y heredero de Luis II de Borbón "el Gran Condé", 4º Príncipe de Condé, y de la sobrina del Cardenal-Duque de Richelieu, Clara-Clemencia de Maillé-Brézé, Duquesa de Fronsac, se casaría en 1663 con la Princesa Ana-Enriqueta de Baviera-Palatinado-Simmern, Princesa Palatina del Rhin (1648-1723), teniendo nada menos que diez hijos.
Príncipe anoréxico, deforme, juerguista, viciado y brutal, se presenta ante la posteridad como un notable desequilibrado mental. Capaz de todo por hacerse con el favor real, adula, acaricia, halaga hasta lo indecible, y llega incluso a reptar por el suelo para besar los pies de Luis XIV, con tal de obtener el más nimio de los privilegios que puedan emanar de la real persona. Su padre, el Gran Condé, pese a sus innegables taras mentales y sus enormes defectos, le prodiga un verdadero amor paternal y le perdona todas sus rarezas, por debilidad quizás. De todos modos, el entonces duque de Enghien y de Albret se nos aparece como una figura extraña y una de las más inquietantes.
Si en el ánimo del Rey hubiera otra cosa que el rango, por lo que toca al tema de matrimoniar a sus bastardas legitimadas, dudaría en confiar a una de sus hijas a semejante personaje. Y es que el heredero del Gran Condé está rematadamente loco, y más aún a sus horas que, con la edad, se convertirán paulatinamente en perpétuas.
En el castillo de Chantilly, creyendo firmemente que le han crecido alas de murciélago, ordena tapizar paredes y techos de sus gabinetes privados, en el temor que, estando en sus habitaciones, no le diera por revolotear y darse trompazos contra muros y suelos.
En su palacete de Versailles, le da por creer que una malvada hada le ha convertido en una planta, exigiendo en consecuencia que sus criados le rieguen con regularidad para no fenecer. Si aquellos se negaban a ejecutar sus ordenes, les propinaba tremendas palizas.
Cuando de repente le venían esas "manías", la domesticidad tenía que entrar en su juego para intentar hacerle regresar a la realidad; no existía otra solución que seguirle la corriente para que, finalmente, recapacitara y se calmase. Su gente lo sabe y rivalizan en habilidad para que esas situaciones no se salgan de madre. En su casa, su carácter desquiciante pasa por un pasajero momento de exaltación y de excesiva vivacidad.
Durante su adolescencia, comparte las aventuras de sus padres, metidos hasta la médula en la Fronda. Sigue a su madre en su loca aventura por provincias y ciudades, intentando provocar sublevamientos contra la autoridad del Cardenal Mazarino.
Aunque da muestras de cierta bravura desde temprana edad y durante las campañas militares de su padre, resulta impensable para el Gran Condé confiarle mando alguno vista su enfermedad mental, y pese a que tenga el título de mariscal de campo y luego el de teniente general. Más versado en las Artes que en la cosa militar, el Duque de Enghien y de Albret no se ilustrará en los campos de batalla sino en consagrar su tiempo en embellecer el castillo de Chantilly.
En 1663, recibe del rey Casimiro V de Polonia, el reino de Suecia y el gran-ducado de Lituania. Brigadier de caballería, se ilustra en el pasaje del Rhin, luego en Seneffe en 1674, participando también en las campañas de Flandes en 1693, siendo ya Príncipe de Condé.
LA FAMILIA
Su esposa y perpétua víctima, esconde sus moratones bajo sus cofias, y sus hijas, por temor y vergüenza, callan las humillaciones y malos tratos que les son infligidas por su padre. En la Corte, sus ocurrencias aterrorizan más que divierten. Los cortesanos bajan la mirada e intentan olvidar que ese pequeño y escuálido hombre se pone a aullar cuando Su Majestad se dispone a dormir, el cuello tendido y la boca deformada por el esfuerzo. Todos saben que, a la muerte del Gran Condé, su padre, él será el Primer Príncipe de la Sangre del Reino. Solo ante la presencia del Rey, el desgraciado consigue contenerse; la majestad del dueño de Francia fuerza irresistiblemente al respeto, imponiéndose incluso a su demencia. "Monsieur el Duque" (tal y como se le llama en Versailles), aúlla como un perro o un lobo, según la inspiración del momento, pero sin hacer demasiado ruido. El Rey le saluda con su habitual cortesía, sin que nada en su actitud denote que se haya percatado de su "payasada". Fuera de esa mágica presencia encarnada por Luis XIV, desgraciadamente, las extravagancias del príncipe no conocen límites ni se ven frenadas.
Que su inútil de hijo y heredero, el Duque Luis III de Borbón, sea el yerno de Su Majestad, no parece contentarle y le resulta urgente tejer nuevas alianzas para reforzar su posición en el epicentro versallesco. Sus hijas, casi enanas por sus diminutas tallas, son apodadas "las Muñecas de la Sangre" por la cuñada, la Duquesa de Borbón (hija de Luis XIV), pero...¿qué importa eso? Cuando se es una Condé, ¿acaso es necesario tener alguna virtud suplementaria?
LOCURAS
Un día se ordenó el cierre de las puertas de los jardines del Palacio de Luxemburgo, en París: echaron a los transeúntes porque al Príncipe de Condé, le vino la extraña idea de que se había convertido en un conejo y que sus criados debían darle caza.
Otro día, se creyó muerto. ¿Se necesita comer cuando se está muerto? obviamente no. Entonces el príncipe ayunó con aplicación y no hubo manera de convencerle para que comiese. Si no se hubiese encontrado un remedio, se habría dejado literalmente morir de hambre. Dos de sus ayudas de cámara, Girard y Richard, tuvieron entonces la mejor de las ideas: se cubrieron con sábanas blancas e irrumpieron de esta guisa en los aposentos del príncipe, uno haciéndose pasar por el difunto Mariscal de Luxemburgo y el otro por su abuelo. Tras una conversación sobre el país del Mas-Allá y de los difuntos, que el príncipe había venido a habitar junto a aquellos, le rogaron que se personase en casa del difunto Mariscal de Turenne, donde pensaban ir. Sorpresa enorme para el demente: ¿se come en el mundo de los muertos? Ciertamente si, sostuvieron los complices, y con mucho apetito. Encantado, pues en el fondo se moría de hambre, Enrique III Julio de Borbón, siguió a sus servidores disfrazados hasta los sótanos del Palacio de Condé dónde encontró.... al Mariscal de Turenne, encapuchado como sus invitados. Se sentaron en la mesa, comieron alegremente siendo servidos por todo un tropel de criados fantasmales cubiertos con sábanas blancas. Y, mientras duró esa convicción de estar muerto, la comedia prosiguió, consiguiendo que el príncipe tomase dos comidas al día con todos aquellos grandes personajes que había conocido y que ya no eran de este mundo.
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