jueves, 20 de noviembre de 2014

EL VIIIº PRÍNCIPE DE CONDÉ



CONDÉ_VIIIº Príncipe de / 8ème. Prince de_Louis V Joseph de Bourbon-Condé, VIIIº Príncipe de Condé, Príncipe de la Sangre, XVº Duque de Borbón, VIIIº Duque de Enghien y d'Albret, Xº Duque de Montmorency, XIIº Duque de Guisa, VIIº Duque de Bellegarde & Par de Francia, XXVIIº Conde de Sancerre, XXVº Conde de Charolais, Señor de Chantilly (Hôtel de Condé, París, 09-08-1736 / Castillo de Chantilly, 13-05-1818).

Sus padres fueron el feo Luis IV Enrique, Duque de Borbón y 7º Príncipe de Condé, y la hermosa princesa Carlota de Hessen-Rheinfels-Rottenburg. De la unión de la "Bella" y la "Bestia", surgieron entre otros, nuestro protagonista, físicamente más aventajado y mentalmente más sereno después de una sucesión de antecesores tarados y deformes. Por su madre, Luis V José de Borbón era nieto del Landgrave Ernesto Leopoldo de Hessen-Rheinfels-Rottenburg (1684-1749) y de la Princesa Eleonora zu Löwenstein-Wertheim (1686-1753) y sobrino de Polixena Cristina de Hessen-Rheinfels-Rottenburg (1706-1735), esposa del rey Carlos-Manuel III de Cerdeña y Piamonte (1701-1773), hermana y cuñado respectivamente de su madre.

Por parte de padre, era sobrino de la maltratada Princesa de Conti y de los condes de Charolais y de Clermont, Carlos y Luis de Borbón-Condé. Nieto del desquiciado y cruel Luis III, 6º Príncipe de Condé y de la legitimada Mademoiselle de Nantes, Francisca María de Borbón, ésta le hacía bisnieto del rey Luis XIV y de Françoise-Athénaïs de Rochechouart-Mortemart, Marquesa de Montespan.

Luis V José de Borbón nació el 9 de agosto de 1736 en el Palacio de Condé, París.

Su infancia y adolescencia las pasó junto a su hermosa madre en el castillo de Chantilly. La familia de los Condé se encontraba entonces proscrita desde que su padre, primer ministro del rey Luis XV desde 1723, había caído en desgracia una década antes de su nacimiento. Alejados a la fuerza del epicentro versaillesco, Luis V José de Borbón, duque de Enghien, creció entre las delicadezas mundanas de su madre y las obsesiones equinas y científicas de su padre. Pronto, como sus ancestros, Luis José sintió la llamada de la vida militar guiado por la ejemplar carrera del Gran Condé su tatarabuelo.



EL 8º PRÍNCIPE DE CONDÉ


A los catorce años (1740), su padre fallece convirtiéndole en el octavo príncipe de Condé. Menos de un año después, es su madre quien desaparece dejándole completamente huérfano a los quince. Quizá por mediación de la Marquesa de Pompadour, amante oficial del rey Luis XV, el Príncipe de Soubise propone la mano de su hija Carlota-Godefride-Elisabeth de Rohan-Soubise (1737-1760) al adolescente y rico príncipe de Condé. Considerando las ventajas de tal alianza con la linajuda familia de Rohan, que le acercarían nuevamente al favor real, Luis V José de Borbón accedería a casarse con la encantadora heredera de los Soubise. Es cosa hecha en 1753; el novio tiene entonces 17 años, mientras que la novia cuenta 16. Luis XV firma el contrato matrimonial en Versailles y bendice, satisfecho, a los novios que se casan en la capilla real de palacio el 3 de mayo de 1753, ante toda la corte y la Familia Real allí reunidos.

Las ventajas de la semejante boda pronto se harían notar: el Príncipe de Condé y su esposa gozan de las grandes y pequeñas entradas en Versailles, y Luis XV no tardará en concederle la confirmación del cargo de Gran Maestre de Francia, que había sido ostentado por sus antecesores en épocas pasadas. Más aún: aparte de unos apartamentos en palacio, el rey impulsa la carrera militar del joven Condé, que arde en deseos de mostrar su valía en el ejército de Su Majestad.

Tres años después de celebrarse la boda, la Princesa de Condé da a luz al primer hijo varón: Luis VI Enrique de Borbón-Condé, Duque de Borbón (1756-1830). Le seguirían dos niñas más: María de Borbón-Condé (1756-1759) -muerta a los 3 años de edad y hermana melliza del anterior- y Luisa Adelaida de Borbón-Condé (1757-1824), conocida como "Mademoiselle de Condé" y futura abadesa de Remiremont.



Por aquellos años, el joven príncipe ordena la demolición del Palacio de Condé, en París, para construir en su emplazamiento el Teatro de L'Odéon, después de haber erigido el Palais-Bourbon, su nueva residencia en la capital del Sena, hoy sede del Parlamento (Asamblea Nacional).



Nombrado teniente-general de los Ejércitos del Rey en 1758, accede al cargo de gobernador de Borgoña, tras haber participado con nota alta en la Guerra de los Siete Años, añadiendo a su currículum militar las victorias de Grüningen y de Johannisberg (1762). Pero no solo es un general triumfante; es también un jefe que se implica personalmente en los problemas cotidianos de sus soldados y subordinados. Se preocupa por ellos y por sus necesidades, velando siempre por su salud y bienestar. Esos gestos harán que sus soldados le amen como jefe y como persona, y le sigan fielmente allá donde los conduzca. Tal es la buena prensa que difunden sus soldados sobre él, que el Príncipe de Condé pasará a ser tremendamente popular entre los suyos y los que no están a sus órdenes pero ansían tenerle como general.

Sin embargo, dos años antes, su mujer fallece (1760), dejándole viudo y con dos huérfanos.



Aureolado por sus triunfos bélicos, pese a la costosa derrota de Francia en esa penosa contienda europea, el Príncipe de Condé obtiene el permiso de descansar en su castillo de Chantilly donde tiene su propia corte. En sus tierras recibe a mucha gente y demuestra ser el mejor de los anfitriones. Un testigo de entonces, anotaría en 1777, que el Príncipe y ocho de sus amigos solían ser diariamente servidos en la mesa por una cohorte de veinticinco camareros, mientras tocaba toda una orquesta al completo para amenizar sus comidas y cenas.



Por aquella época, ya anda cortejando a la hermosa y rica Princesa de Mónaco, nacida Maria-Catalina de Brignole-Sale (1737-1813), hija de un dogo de Génova y esposa del celoso Príncipe Honorato III de Mónaco, al que le aportó una colosal dote en el momento de casarse. Si entonces las infidelidades entre gentes de la alta sociedad son vistas como algo corriente y se aceptan, el temperamento del príncipe monegasco no encaja nada bien los deslices de su consorte con un pariente del Rey de Francia. Haciendo un escándalo del adulterio de su esposa, Honorato III de Mónaco se atrae la desaprobación de la sociedad parisina que critica su mal perder y su falta de compostura. Harta de sus escenas, la Princesa de Mónaco acabaría por solicitar la separación de cuerpos y abandonaría a su marido para vivir junto al Príncipe de Condé, del que está locamente enamorada.

En 1780, Luis XVI le nombraría Coronel-General de Infantería, pese a su concubinato con la Princesa de Mónaco.

Amigo y protector del célebre libertino y escritor Marqués de Sade, que ha nacido en su casa, no dudará en apadrinar a su hijo Louis-Marie de Sade, y en sostenerlo sobre la pila bautismal en la capilla privada de los Condé en Chantilly.



LA REVOLUCIÓN Y EL EXILIO


Aunque el príncipe pasa por ser un liberal, en 1789 se opuso al doblamiento del Tercer Estado durante la reunión de los Estados Generales en Versailles. Para él, la Revolución tomó un giro desagradable y sus desmanes se hicieron intolerables. Tras la toma de La Bastilla, aquel 14 de julio de 1789, y la partida del Conde de Artois hacia el exilio (15 de julio de 1789), el Príncipe de Condé y su familia optaron por hacer sus baúles y seguir con el ejemplo del hermano menor del Rey. Es el pistoletazo de salida al exilio, el detonante de una auténtica ola de emigración de la nobleza huyendo de una revolución que acabará por hundir todo un mundo en un mar de sangre...

En su marcha hacia el exilio, el Príncipe de Condé arrastra consigo a la Princesa de Mónaco, a su hijo el Duque de Borbón y a su nieto el Duque de Enghien, al Príncipe de Conti, a los Duques de Polignac y a los Príncipes de Rohan-Guéméné... Elige entonces encontrar refugio en los Países-Bajos, luego viaja hasta Turín y, finalmente, se instala en Worms (Alemania) donde empezaría por reunir un ejército a orillas del Rhin, mientras los hermanos del Rey se instalan en Coblenza. Sus peregrinajes por las cortes vecinas tan solo obedecen a un objetivo: conseguir apoyos y ayudas. Seguido por lo más granado de la aristocracia gala, por algunos de sus antiguos soldados y subordinados, se decide a crear un ejército destinado a combatir a las tropas revolucionarias que empiezan a arrasar más allá de las fronteras francesas. Paralelamente, crea una red de espionaje para sabotear la Revolución desde dentro.



En 1790, Luis V José de Borbón declaraba a sus semejantes:


"Desde hace un año ya, he abandonado mi patria; debo exponer a los ojos de Europa los motivos que me han obligado a salir de ella. El pueblo francés se ha dejado perder por facciones, pero abrirá los ojos, ese buen pueblo; enrojecerá por los crímenes que la intriga y la ambición de sus jefes le han llevado a cometer. Volverá a enderezar, con sus propias manos, el trono de sus reyes o me sepultaré bajo las ruinas de la monarquía. La nobleza es una: es la causa de todos los príncipes, de todos los gentilhombres, que yo defiendo; se reunirán bajo el glorioso estandarte que yo desplegaré a su cabeza. Si, yo iré, pese al horror que debe naturalmente inspirar a un descendiente de San Luis, la idea de manchar su espada con la sangre de los Franceses; iré a la cabeza de la nobleza de todas las naciones y seguido por todos los súbditos fieles a su rey, que se reunirán bajo mis banderas, e intentaré liberar a este infortunado monarca."


Sin embargo, sus gestiones y operaciones resultan molestas a las potencias extranjeras. Preocupados por controlar los movimientos de los emigrados franceses, las cortes de Viena y Berlín mantienen al Príncipe de Condé alejado de todas las operaciones militares en 1792 y, para colmo, le subordinan a un general austríaco (1793). Estacionado a orillas del Rhin entre 1794 y 1795, el Ejército de Condé pasa luego bajo el control de Gran-Bretaña, de Austria y de Rusia sucesivamente, ya que estas potencias contribuyen a su manutención y dirección.

En 1796, mandaría recado al Duque Luis-Felipe de Orléans (hijo del tristemente célebre Felipe-Igualdad) para que se uniera al Ejército de Condé, pero éste negándose a combatir contra sus hermanos de armas, rehusó responder a la petición. Pese a la desertación del joven Orléans, convertido en un simple maestro de escuela en Suiza, en el Ejército de Condé se cuentan a numerosos jóvenes aristócratas como el Duque de Richelieu, el Vizconde de Châteaubriand y el Duque de Blacas, personajes que serían figuras de proa de la Restauración Monárquica en 1814.

En 1797, tras el Tratado de Campoformio establecido entre Austria y la República Francesa, el Príncipe de Condé y su ejército pasan al servicio del zar Pablo I de Rusia. Tras el Tratado de Lunéville, en el que Rusia abandona la coalición contra Francia, su ejército es finalmente disuelto. Tras haber realizado, en vano, auténticos prodigios de valor en Wissemburg, Haguenau y Bentheim, el príncipe se vió obligado a disolver sus tropas y retirarse a Inglaterra con su familia (1801), instalándose en Wanstead. La Princesa de Mónaco le acompañaría fielmente en aquellos primeros y lúgubres años. Para poner fin a su situación irregular, el príncipe matrimonió con Maria-Catalina de Brignole-Sale tras pedir el visto bueno del Conde de Provenza, nuevo jefe de los Borbones al ser guillotinado su hermano Luis XVI (21 de enero de 1793) y al fallecer en extrañas circunstancias su sobrino el Delfín Luis XVII (1795) en la Torre del Temple.

En su exilio británico, padre e hijo malviven servidos por criados a los que, dificilmente, consiguen pagar puntualmente los sueldos. Tampoco pueden comprarse ropa nueva ni dedicarse a recibir como antaño en Chantilly; el dinero no siempre les llega para comer decentemente. Pese a la miseria en la que se ven sumidos, viven y comen siguiendo a rajatabla todo el viejo ceremonial cortesano de Versailles, ataviados con trajes pasados de moda, usados y remendados. Las tediosas veladas eran amenizadas con sus viejos recuerdos, conversaciones y lecturas aburridas que intentaban distraerles de su tristeza y abatimiento moral.

El rey Jorge III se apiadaría de su triste situación, concediéndoles una única pensión de 675 Libras que debían, sin embargo, compartir. Recibían más de la corte de Saint-James que los Duques de Orléans, pero mucho menos que el Conde de Provenza y el Conde de Artois. La generosidad británica rozaba la racanería.

El triumfo de la Revolución y el advenimiento del Consulado con el general Napoleón Bonaparte en Francia, acaban por tener un efecto demoledor en el espíritu del Príncipe de Condé. Perdiendo contacto con la realidad, persiste en su idea de levantar un nuevo ejército contra-revolucionario y transmite instrucciones bélicas a su nieto, el Duque de Enghien, entonces afincado como un simple particular en el castillo de Ettenheim, en Baden, propiedad heredada de su abuela, sin comprender que los tiempos han cambiado.

El destino le reservaría un último golpe fatal: su nieto Luis Antonio, Duque de Enghien, sería nocturnamente secuestrado en su residencia badense de Ettenheim por la policía secreta de Napoleón y, tras un interrogatorio y una parodia de juicio, ejecutado en los fosos del castillo de Vincennes (21 de marzo de 1804). Con el asesinato de su nieto, el linaje de los Príncipes de Condé quedaba letalmente seccionado y condenado a desaparecer con el Duque de Borbón, Luis VI Enrique (1756-1830).

En 1813, otra muerte viene a ensombrecer al príncipe: su segunda esposa, Maria-Catalina de Brignole-Sale, ex-princesa de Mónaco, fallece y es sepultada en el cementerio de Wimbledon.




EL REGRESO A LA PATRIA



Su exilio duraría hasta la caída del Imperio Napoleónico (1814), y tras confirmarse la noticia que el Senado Imperial llamaba al Conde de Provenza a posesionarse del trono de sus padres como rey y con el ordinal de Luis XVIII. El retorno de la monarquía a Francia puso punto y final a un tedioso y miserable exilio de 25 años. Dos décadas y media que hicieron mella en el príncipe; los disgustos, las desgracias y las penas arruinaron su ánimo y, aquejado de senilidad con 78 años de edad, Luis V José de Borbón regresaba a su patria sin entender muy bien qué estaba pasando. Todas sus propiedades habían sido confiscadas desde su marcha en 1789, y sus tesoros artísticos saqueados y vendidos en subasta. El castillo de Chantilly, joya de la corona de los Condé, había sufrido mucho de los desmanes revolucionarios: saqueado, incendiado y demolido en gran parte, tan solo subsistían el "petit-château" (pequeño castillo) y el castillo de Enghien de aquel grandioso complejo, junto con las grandes y hermosas cuadras construidas por su padre, que se salvaron milagrosamente de la destrucción. Su residencia parisiense del "Palais-Bourbon", se había convertido en sede de la cámara de los diputados, la hoy día Asamblea Nacional (parlamento) y el Gobierno tuvo que devolverselo junto con todas las otras propiedades que le habían sido arrebatadas por la República en 1792. Para el "Palais-Bourbon", el príncipe se contentó con el acuerdo de seguir cediendo parte del palacio al Parlamento a cambio de un sustancioso arrendamiento, mediante un contrato de alquiler de 3 años, permitiéndole además ocupar la otra parte que no se utilizaba como vivienda particular. Habría que esperar hasta 1827 para que el Estado se convirtiera en el nuevo propietario del complejo palatino conformados por el "Palais-Bourbon" y el palacio de Lassay, que formaban un solo edificio desde 1764.

Quizá la peor parte del reencuentro con su patria, fue ver cómo habían saqueado las tumbas de sus padres y antecesores en Valléry, cuyos restos fueron violados y tirados a una fosa común por los revolucionarios. Su hijo, el Duque de Borbón, se encargó de la triste tarea de exhumar los cuerpos de sus antepasados para devolverlos a su antiguo emplazamiento en una única tumba sellada por una sencilla losa de marmol gris.

Una vez restaurado en el trono de sus padres, Luis XVIII devolvió al anciano Príncipe de Condé su antiguo cargo de Gran Maestre de Francia, lo que implicaba tener funciones oficiales en la corte instalada en el Palacio de Las Tulerías, y de la que sería un asiduo miembro, mientras su hijo la desertaba. Con la excusa de sus años, el Príncipe de Condé se exprime libremente y sin florituras sobre todo lo que acontece en la corte o en el Gobierno.

Al cabo de cuatro años, el octavo Príncipe de Condé, viejo y agotado, fallecía en su querida propiedad de Chantilly el 13 de mayo de 1818, a la edad de 82 años.

A modo de anécdota, podríamos avanzar la teoría de algunos historiadores de que el famoso pretendiente Charles Naundorff, que se creía que era el pobre Delfín Luis XVII escapado del Temple en 1795 (y reemplazado por otro niño de la misma edad y muerto de tuberculosis en aquella lóbrega celda), no era en realidad el hijo de Luis XVI y de Maria-Antonieta, sino un bastardo del Príncipe de Condé, lo que explicaría su semblanza física con los Borbones y su conocimiento de las costumbres de la corte de Versailles.

 

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